“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: “¡Platero!, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por
dentro, como de piedra. Cuando paseo sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolos:
- Tien’ asero Tiene acero. Acer o y plata de luna, al mismo tiempo.”
Estas palabras publicadas hace un
siglo en Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881-San Juan, Puerto Rico, 1958), son historia de la literatura universal. Es uno de los libros más traducidos en los últimos cien años, después de La Biblia y El Quijote.
Influenciado por Rubén Darío (poeta nicaraguense, precursor del Modernismo) y
los simbolistas franceses, Juan Ramón Jiménez contó, en ese libro
centenario, la amistad entre un burro y un poeta. El autor hace una
exaltación de la naturaleza, y presenta al hombre en contacto y armonía
con su entorno, a través de un lenguaje repleto de símbolos y
metáforas. Platero y yo pertenece a la primera de las tres
etapas en las que los expertos en la obra del poeta estructuran su
trabajo. En ese libro destacan las precisas descripciones del paisaje,
los sentimientos vagos, la melancolía, la música, el color, los
recuerdos y ensueños amorosos y la muerte.
La primera publicación de Platero y yo la realizó en 1914 la
editorial La Lectura. En aquella ocasión se publicaron 63 de los 138
capítulos de los que consta la obra. Tal y como recoge la Fundación Juan
Ramón Jiménez, el Nobel tardó siete años es escribirlo. Esa primera
edición se publicó en 1914 con el título Elegía Andaluza y la
completó en 1917. La primera estaba destinada a formar parte de la
colección Biblioteca de la Juventud. Al autor no le gustó la edición
porque “estaba descuidada y no le gustaron las ilustraciones”. Tampoco
le entusiasmaba el título y planteó otros alternativos como Platero residente, Platero, Primer Platero, Otra vida de Platero, Último Platero. Y asegura en algunos escritos que las páginas de esa obra, escritas a los 24 años, no le llevaron más de 10 minutos.
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